
Hace unos 20 años, mi familia solía festejar el Sábado de Gloria yendo a un río a bañarse. Sin embargo no faltó el sábado ocasional en el que íbamos a la casa de alguien (que tuviese un gran patio) y nos arrojábamos agua. En la calle donde vivo era normal que salieran los vecinos a mojarse y desde las azoteas lanzaban
cubetadas de agua a los peatones. Solía ser muy divertido. Hoy teniendo conciencia suficiente veo a algunas familias hacer lo mismo aún si es una costumbre en (afortunado) total desuso. No voy a dar cifras de cuánta agua desperdiciamos, o cuánta nos queda (como
profe me he dado cuenta que las cifras no dramatizan ni más ni menos la lección), simplemente me parece que la sociedad
mexicana no ha logrado ver, entender, abstraer lo que significa tirar el agua. Yo viví muchos años en
Iztapalapa y cuando el agua faltaba era peor que el apocalipsis zombie. No puedes lavar trastes, no puedes bañarte, ni lavarte las manos, lavar ropa y más importante ¡no puedes
jalarle el baño! Y me imagino lo que sería no tener agua para beber o preparar alimentos. La luz se podía ir, el gas se me podía acabar, el cable se iba en noches de tormenta... pero al agua, sin ella no podemos llevar lo que llamamos una vida normal. Hay cantidad de mensajes en los medios que nos
dicen cuidemos el agua... yo creo que todo ello (porque creo que sí ayudan) podría estar más cimentado si en secundaria o
prepa les dieran a leer a los muchachos
Dunas, de
Frank Herbert. Seguido de la proyección de la película y sin olvidar los ejercicios de reflexión, ensayo, tarea y juego de rol que vienen después. Nadie quiere vivir como
Fremen y a mí sí me ocupa que me toque vivir en mi tiempo de vida un escenario donde escupir sea el acto más grande de lealtad, porque estás dando algo precioso: Agua de tu cuerpo.
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