diciembre 28, 2020

Cine y Pandemia

 


Cine y pandemia

Cuando se destapó esta lata de gusanos a mediados de marzo, yo creo que todos imaginábamos que la cosa se resolvería en cuestión de unas cuantas semanas. Algunos de nosotros habíamos vivido ya una pequeña pandemia en 2009 y las cosas se habían normalizado en cuestión de unos pocos meses. Por aquel 2009 se había estrenado la película de Wolverine: Origins. Es curioso como esto de las pandemias se da en primavera. Los cines fueron cerrados y el estreno del 30 de abril fue cancelado. La fuimos a ver hasta agosto, quizá septiembre de ese año y no pasó de ahí.

Crecí viendo cine. Mis papás son los que me indujeron a este vicio, no éramos una familia adinerada, pero al menos una o dos veces al mes estábamos en una sala de cine. Viajábamos hasta la ciudad de Puebla a ver estrenos de Sylvester Stallone o de Arnold Schwartzenneger, en cine vi Ghosbusters, Back to The Future y E.T. entre docenas más. Un buen día la tecnología nos alcanzó y gracias al videoclub pude saciar esta hambre de ver películas sin necesidad de ir hasta la capital.

Claro, llegaron también las salas de cine locales, que fueron mi casa cinematográfica durante los felices años de mi pubertad y adolescencia. Llegó un momento en el que ya no requerí de alguien para acompañarme al cine. Si no había familiar o amistad disponible yo encontraría solaz en la sala oscura frente a la pantalla de plata, y sí, durante muchísimos años le llame Templo, porque ahí fue donde encontré mi primer amor narrativo y le rendí culto a directores, actores y productores.

Fue así, y a través de unos 30 años que me convencí de que la experiencia cinematográfica era la mejor manera de vivir la narrativa audiovisual. En una proyección de Imagine de John Lennon el dueño del cine le dijo a mi papá que no había mejor forma de ver este documental que así (una ironía increíble, ya que ese cine sólo tenía un par de bocinas detrás de la pantalla) y los comerciales de radio de otra sala clamaban que “el cine se ve mejor en el cine” y jamás olvidaré el tema musical de esos spots, ni la música de sus intermedios.

Pero todo eso no es más que nostalgia. Esos años, muchos años, de ir al cine se tornaron en una idea confortable, onírica y hermosa de pasar tiempo con alguien, o bien conmigo mismo. Durante muchos de esos años el placer de ir al cine era sólo eso, IR, estar ahí. Sentir el suelo pegajoso, el aroma a palomitas y alfombrados, sentarse dos horas (cuatro cuando iba a los locales a la permanencia voluntaria, función doble) en una butaca incómoda, porque durante años las butacas fueron de verdad incómodas.

Y lo viví sin riesgo alguno.

Puedo sentirme feliz de haber estado ahí en esos piojoramas que te daban ladrillo, periódico y palo, de haber entrado a Talos La Momia en lugar de La Momia (de Sonnenfeld), de haber hecho la fila blockbusteriana en 1998 para entrar a ver Titanic. En dos diferentes ocasiones. Estuve en docenas de estrenos de media noche. Era el único en quedarme a ver todos los créditos en épocas en las que muy rara vez valía la pena hacerlo. Me obsesionaba verlas en viernes en el primer día de estreno y asistí a los pre-estrenos de la Edición Especial de Star Wars en 1997, pasaporte rebelde en mano.

En marzo de 2020 se cerraron todos los cines nuevamente y para mi cumpleaños, en el cual casis siempre íbamos al cine, estaba planeada la visita al susodicho “templo”. Tiene ya casi 10 meses que no voy al cine y este aislamiento me ha dado tiempo para comprender lo que George Lucas clamaba a fines de los noventa “la mitad de la experiencia cinematográfica es el audio”. Francamente no he extrañado un ápice tener que subirme al auto, viajar hasta el mol, hacer una fila en la dulcería para comprar palomitas y refrescos a precio de taquería y pasar dos horas en una butaca menos incómoda que en mi juventud. Lo que era realmente extraordinario de esa experiencia era el sonido. Muchísimas veces demasiado alto para los estándares del Dolby o el THX, a últimas fechas se sentía más como un baile sonidero donde la calidad de la música es lo de menos, lo importante es que suene fuerte.

La mejor época del cine, la de los boletos electrónicos (no más filas, eso lo amé), la de las butacas menos incómodas, la de salas tipo estadio y el mejor sonido envolvente, fue mal llevada a cabo por empresarios que de todos modos te forzaban a hacer una fila para comprar comida, que no siempre ecualizaban el sonido en las salas y de butacas que se reclinaban para golpearte las rodillas o sentir las patas del de atrás con mayor precisión. No lo extraño. Quizá porque viví la evolución de la sala de cine y me tocó asistir a muchísimas en el país. Básicamente a donde iba de visita lo primero que quería hacer era ir al cine.

El riesgo actual de contagiarse de corona virus en una sala de cine es altísimo. No sólo en la sala. En todo lo que conforma la infraestructura del cine mismo. Hay media docena de lugares, tan sólo en el cine, donde te puedes contagiar fácilmente. El riesgo de contagiarte en el mol es alto y hay que ir al mol para ir al cine. El cine tiene aire acondicionado y un sistema de ventilación que abarca desde los baños, hasta las salas y todos los lugares de empleados. El cine se convirtió en una peli de terror. Todas las medidas de seguridad y de higiene no van a detener a un asintomático de ir al baño y ahí tocar todo antes de que alguien llegue a limpiarlo. De que estornude o tosa. De que toque cualquier barandal, asiento, puerta antes de que alguien llegue a sanitizar.

Si has visto películas de zombis sabes bien que sólo necesitamos un infectado. Uno que no hayamos detectado. Uno que pase por el filtro (y los filtros no son muy buenos). Uno que se quite el cubrebocas. Uno que lleve cubrebocas de válvula que lo protege a él, pero no a los demás. Uno que ni siquiera sabe que está infectado. Lo leímos en The Last Stand de Stephen King, vaya, quién no recuerda el final de Fearless Vampire Killers de Roman Polansky para que nos demos cuenta.

Gracias cinito. Eres genial, y al mismo tiempo, temible. Porque mientras mi vida, y sobre todo la de mi familia, este en riesgo; no voy a pisar un cine.


D.M.

28 de diciembre, 2020