febrero 09, 2021

Oscar González Loyo

 

Esta humilde elegía va a parecer que tiene el objetivo de hacer que algo se trate de mí. Pero no es así. Tiene que ser contada desde mis experiencias personales, porque la persona a quien está dedicada, fue quizá la mayor influencia en mi vida creativa hasta el día de hoy y su partida me hiere como la lanza de Longinus clavada en mi costado.

Ni siquiera sé por dónde comenzar, y es que su persona, lo que hizo por tanta gente, pero sobre todo por mí, ha trascendido y resonado por todos los rincones de mi ser. Tenía nueve años de edad. Estaba en cuarto de primaria y amaba dibujar. Mi padre me compró en el puesto de revistas frente al mercado municipal el número uno de Karmatrón y los Transformables. Seguramente lo pedí por la palabra Transformable, ya que estaban de moda y los amaba. Sin embargo, me estaba embarcando en un viaje que nada tenía que ver con la moda, que me iba a cambiar profundamente ya que era una historieta llena de valores morales y éticos cimentados en filosofías hindúes y mayas, conceptos esotéricos y asuntos sobre chacras, energías cósmicas y un niño (así como yo) que tenía que superar una prueba de control de pensamiento, de moral y buenas intenciones. Para poder despertar nuestro poder interno, para convertirnos en un enorme guerrero robótico samurai, diciendo las palabras místicas: la yume num t'ox muk il in tial.

Los números eran semanales y con cada ejemplar que mi padre me compraba, más me adentraba en una filosofía de vida. Comenzó a incluir enseñanzas sobre la conciencia y la supraconciencia, sobre la naturaleza y la vida. Sobre el uso de la energía. Todo esto en mi cabeza encontró raíces y se fusionaba con la moral que yo ya tenía de los códigos de superhéroes y de la Fuerza de las películas de Star Wars. Cuando tienes nueve años todas estas ideas van construyéndote una brújula moral que no te abandona. Suena infantil, porque lo es, a esa edad haber leído el manual del guerrero Kundalini me dio todas las tablas del mundo para comprender posteriormente conceptos más complejos.

Pero el año decisivo fue 1987, un año después, con unos cuarenta números de Karmatron en mi haber y docenas de historias, yo que me la pasaba dibujando finalmente encontré mi realización el número de Karmatrón donde Óscar enseñaba cómo se hacía una historieta. El propio Oscar salía en ese número, y una de las cosas más hermosas fue que sus personajes interactuaban con él. Para mí fue absolutamente definitivo que un comic serio de héroes, tuviera un lado cómico con personajes caricaturizados, es decir, Robby y Jiva. Porque seguí ese mismo patrón creativo cuando creé mi historieta.

Es algo que muchas personas tenemos en común. La revelación, casi epifanía, de darnos cuenta que podemos hacer algo que pensábamos sólo podía hacer un "adulto" o un "profesional". Que a los 10 años te des cuenta que tú también puedes hacer tu historieta, que no es necesario ser adulto, ni profesional, ni publicarlo, es muy poderoso. Oscar con ese número de Karmatrón me enseñó que un niño de 10 años podía hacer su propia historieta, sin miedo, e imitando obviamente su técnica. Han pasado 33 años y sigo dibujando esas historietas. Porque a mediados de los noventa Oscar y su padre tuvieron a bien publicar una revista para promover el cómic mexicano e invitaban a cualquiera, a ir al callejón del sapo cancionero, en ciudad Satélite, a aprender dibujo con ellos directamente. Sin cobrar un centavo. Llegué, me presenté, me dijo don Oscar que no sabía dibujar y me embarqué, otra vez, a un viaje que me cambiaría por completo.

Un día estaba ya harto de que no me quedaran las proporciones de mi hombre araña y me puse a dibujar al Fenomenoide. Oscar pasó por ahí y me dijo que si me gustaba dibujar caricaturas, obvio, me encantaba dibujar caricaturas. Oscar me dijo que eso era más difícil que dibujar superhéroes y me dio risa. No, cómo crees, es más difícil dibujar el hombre araña que al Fenomenoide. Así que Oscar me impulsó a seguir dibujando caricaturas. Me regaló unas fotocopias de model sheets de los rescatadores y me embarqué, una vez más, en una misión que hasta hoy me sigue cambiando la vida. Pero si yo comencé a dibujar personajes de caricatura fue en parte porque él lo hizo en Karmatrón. Porque imité su estilo de mezclar caricatura con superhéroes. Ese fue el año que dibujé mi último Hawk El Invencible (mi superhéroe) y me dediqué por completo a dibujar a los Bujos. Mis monos de caricatura.

Oscar me cambió la vida no una, muchas veces. Y aunque en mi mente hay un millón de partículas culturales tomadas de mil lados y épocas, artistas y medios, Oscar me cambió el espíritu, su cómic y posteriormente sus enseñanzas, junto con las de su padre, me formaron el criterio artístico que hoy tengo. Mis monos están sobre los hombros de los monos de Oscar. Y Oscar odiaría que les dijera monos. Pero amaría que lo dijera para molestarlo en broma.

Oscar creía en todos los que llegábamos a pedirle que nos enseñara. Oscar jamás nos dijo una sola palabra que nos desalentara, por el contrario, siempre nos impulsó a que lo hiciéramos mejor. Siempre estuvo al pendiente de nuestros puntos fuertes y débiles, empujando los primeros y fortaleciendo los segundos. Oscar generaba en nosotros la capacidad de autocrítica, de corregirnos por nosotros mismos y de crecer a nuestro ritmo. Oscar creía firmemente en los creadores mexicanos, en que nosotros éramos quienes tendríamos que estar compitiendo con los superhéroes norteamericanos y aunque es un sueño complicado y difícil, la convicción de creer en uno mismo, en que podemos lograr lo que nos pongamos en mente, es una de sus más grandes enseñanzas y parte esencial de su legado.

Descansa en paz, Maestro.

Gracias por todo, querido amigo.