julio 29, 2020

Evitando lo inaplazable



Corría el año de 1995 cuando fui a ver Apollo 13 de Ron Howard. Se convirtió en una de mis películas favoritas, porque francamente la carrera espacial es algo que me fascina desde hace muchos años y las horas que he pasado viendo documentales sobre el tema sobrepasan sumadas varios días. Pero, ese filme cuenta no sólo la historia de tres astronautas en serios aprietos y al borde de perder la vida. Cuenta la historia de un grupo de ingenieros y expertos de la NASA resolviendo problemas para los cuales no estaban preparados. Una de mis escenas favoritas es la resolución del asunto del filtro de aire. Donde tienen que hacer que una forma cuadrada entre en una ranura cilíndrica. Entran a un cuarto y echan sobre la mesa todo lo que tenían los astronautas. Esto es lo mismo que ellos tienen. Plantean un objetivo: Hay que hacer que esto, entre aquí. A trabajar.
El problema lo resuelven no sólo logrando la realización de un filtro funcional. Algo súper importante: Redactan paso a paso el cómo hacerlo. Ya que uno de los miembros del equipo de CAPCOM tiene que irles dictando lo que necesitan y cómo ensamblar su filtro en el módulo espacial que deriva sobre la órbita del planeta. Es un mero ejemplo de la docena de problemas que tuvieron que resolver. Ese es el asunto. NASA es un ejemplo de cómo existe una metodología para resolver casi cualquier problema que pueda surgir. Con base en la ley Murphy, basada en un miembro del equipo de Chuck Jeager que dijo famosamente una vez “todo lo que pueda salir mal, seguramente lo hará”. Creando la regla básica de cualquier prototipo: Pensemos en todo lo que pueda salir mal.
Así llegamos al punto donde se genera el fenómeno del “Cisne Negro”. Todavía hace unos cien años nadie creía que era posible que hubiera un cisne negro, ya que todo mundo (todo mundo hasta ese momento) sólo había visto y reportado cisnes blancos. Por lo tanto, cuando se vio uno negro de inmediato se cayó en el fenómeno de no poder creer lo que se estaba viendo. Es un fenómeno epistemológico que nos planteó un profe de historia en la Facultad un día que nos dijo, que cuando la primer carabela arribó a costas mayas en el siglo XV el maya que estaba en la playa, no la vio. No la vio porque su cerebro no pudo procesar, de primer vistazo, lo que estaba percibiendo porque era un “cisne negro”. Obviamente la percibió con la mirada, pero cognitivamente no pudo “verla” porque no tenía un contexto para compararla con nada de lo que conocía previamente.
Fenómeno que le pasó a muchísimas personas el 11 de septiembre del 2001 cuando los aviones comenzaron a estrellarse en el World Trade Center ¿cómo puede tu cerebro entender lo que está pasando si es impensable? No había un marco de referencia, a pesar de tantas películas de desastres, incluyendo las de invasiones, como Independence Day. Ese día docenas de empresas de seguros cambiaron su forma de ver y prever los siniestros. Porque son las aseguradoras y sus equipos de trabajo quienes están más inmiscuidas en la prevención de la Ley de Murphy. Los investigadores de las aseguradoras trabajan en las escenas de los accidentes generando escenarios, a través de ingeniaría reversa, entre muchos otros métodos, para poder pensar en todas y cada una de las posibles maneras en las que algo puede salir mal.
Pero esta forma de pensar no debería ser exclusiva de instituciones como la NASA y empresas como las aseguradoras. Es una estructura de pensamiento que deberíamos de adoptar en nuestra casa, en el diario vivir, ir y venir. Porque lo que pueda salir mal va a pasar y puede comenzar con olvidar algo cuando se sale, y terminar en accidentes por no haber pensado en que alguien iba a conducir en sentido contrario. No es una mentalidad suspicaz, eso sería simplificarlo, no es estar estresado de pensar que vivimos en una secuela de Final Destination y que en cuando suene John Denver nos va a caer un piano sobre la cabeza. Es un proceso de prevención básico que nos mantiene atentos, sin estrés, sin ansiedad. No es preocuparse, es ocuparse. La extensa mayoría de los accidentes pasan en casa, en el baño en primerísimo lugar y después en la cocina (datos de quién creen ¡de las aseguradoras!). Todo comienza en pensar en lo que se requiere de forma básica. Instalaciones eléctricas, de gas, de agua. Saber dónde están y cómo funcionan, dónde están las llaves de paso y cosas así de sencillas.
Pensar en nuestro contexto, análisis también muy sencillo y necesario, si vivimos en una casa de una planta, de uno o más pisos, en una zona urbana o rural, en un edificio o en un residencial. Localizar los accesos, las salidas, las zonas de seguridad y las de riesgo. Si tenemos cables de alta tensión y transformadores. Dónde están colocados los tanques de gas, los breakers de la luz y asuntos de esta índole. No estoy dando consejos, no es el manual de la NASA para armar un filtro de aire para el módulo espacial. Hay literalmente docenas de libros que son para consultar estas variables que menciono superficialmente y debe haber cientos de páginas web que también brindan esta información que deberíamos analizar.
El objetivo de mencionarlas es sencillamente ejemplificar la miríada de cosas en las que deberíamos pensar y estar atentos. Porque al salir a la calle se cambia de escenario y las variables se acumulan. Yo solía cometer uno de los errores más básicos de todos: Escuchar música con audífonos mientras caminaba por la calle. Pareciera algo tan común, es increíblemente habitual y quien lo esté leyendo pensará que exagero y que no es riesgoso. Pero lo es. Nuestro sentido del oído es nuestro mejor aliado en la calle, ya que todo hace ruido. Los coches prototipo del “futuro” tendrán motores silenciosos, y por ley, tendrán bocinas que difundirán a peatones el sonido de un motor. Porque ese sonido es lo que nos indica si estamos o no en riesgo.
Claro, los autos no circulan por la banqueta y demás razones basadas en la cotidianeidad de “pues a mí jamás me ha pasado” hasta que das la vuelta a la esquina y hay un auto colisionado contra la pared, completamente subido en una alta banqueta. Hasta que caminando por la calle ves caer de un puente a un auto sobre una combi. Hasta que ves un cafre pasarse un alto y hacer volar dos metros en el aire a una persona. No te va a pasar, piensas. Pero todo lo que pueda salir mal, va a pasar. No te ha pasado aún, no te va a pasar mañana. Pero te va a pasar, si no lo prevés. Precisamente por la probabilidad estadística, la misma que mató a la tripulación del Apollo 8 en una de las peores tragedias de la carrera espacial, que se repitió en 1984 con el Challenger. Y le pasó a la institución cuyo trabajo es pensar en todo lo que va a salir mal, para que no pase.
No es para estresarse. No es para angustiarse. No están tocando a John Denver en la sala de espera del aeropuerto. Es sentido común, el menos común de los sentidos. Es estar consciente de nuestro entorno, todo el tiempo, porque si algo me han enseñado las calles de mi pueblo, es que nunca, jamás, va a faltar una persona en motoneta que va a hacer algo que no pensó ni por un segundo, ciega a su contexto e ignorante de las consecuencias. Acción que va a seguir haciendo, porque jamás le ha pasado algo. Hasta que le pasa. Es cuando va a concluir de forma muy lógica que no fue su culpa, y por eso nadie jamás dice “yo lo choqué”, y siempre vamos a escuchar “me chocaron”. Esa forma de pensar es la que nos lleva a sufrir docenas de cosas total y completamente prevenibles.

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